BIOGRAFÍA: VICENTE ALMANDOS ALMONACID

En su edición del jueves ocho de septiembre de 1977, el diario Crónica publicaba un artículo muy particular del periodista Américo Barrios, cuyo contenido no dejaba de sorprender al lector de este reconocido medio de comunicación porteño:
"Un día, paseando por París cumpliendo un cometido periodístico, me encontré debajo del Arco de Triunfo. Y allí el corazón me golpeó fuertemente el pecho. En una breve lista de héroes de Francia estaba esculpido en el mármol el nombre de VICENTE ALMANDOS ALMONACID. Un aviador argentino que se había enrolado en las fuerzas aéreas de Francia en la I Guerra Mundial, convirtiéndose en un ídolo galo.
Fue un jirón de América flameando como una bandera invencible y triunfal en todos los cielos de día y de noche… Son nuestros héroes. En ellos nos apoyamos para seguir adelante, aunque a veces lo ignoremos. Son arquetipos humanos de un solar nativo común de donde, seguramente, saldrá en un cercano futuro la piedra fundamental de un Mundo mejor". Esos encontrados sentimientos de perplejidad y emoción que expresaba la pluma de Barrios regresarían, años después, a llenar el ánimo de otro periodista argentino.

En 1988, Edgardo Gordillo volvía a hacer referencia en la revista Encuentro acerca del nombre de un compatriota grabado en uno de los mayores símbolos de la historia y cultura francesa, como prueba de reconocimiento del pueblo galo hacia los servicios prestados por Vicente Almandos Almonacid. En un extracto de esa nota sobre tan notable personalidad, el autor describe lo siguiente: "Para acicatear la curiosidad turística de los argentinos, el nombre del Capitán riojano figura en el Arco de Triunfo de París entre trece héroes franceses." Sin dudas, un hecho de esta naturaleza, luego de la sorpresa inicial, nos lleva inmediatamente a querer saber quién había sido este argentino cuyos méritos habían sido lo suficientemente importantes para merecer tal consideración.

Buscando en las huellas de esta historia que prometía develarnos una vida digna de ser contada, nos encontramos con un personaje verdaderamente increíble, cuyas acciones y logros fueron lo suficientemente reconocidos por sus contemporáneos, pese a que nuestras actuales generaciones desconocen gran parte de su valioso legado.

La pasión por volar Vicente Almandos Almonacid nació el 24 de diciembre de 1882, en la localidad riojana de San Miguel de Anguinán. Su padre Vicente, gobernador de la provincia de La Rioja entre 1877 y 1880, fue un destacado empresario minero en Famatina, hasta que la crisis financiera que se desató en el país en 1890 perjudicó severamente su actividad económica.


Foto: Familia Almandos Almonacid












Según Juan Aurelio Ortiz, y de acuerdo con ciertas versiones, al morir el empresario riojano “[…] su familia quedó en la miseria.”
De seguro, por tanto, esta desgracia familiar y económica debe haber influido fuertemente en la decisión de su madre de viajar el resto de la familia a Buenos Aires, cuando el pequeño Vicente contaba con apenas seis años de vida. En la capital porteña, el joven riojano llevó a cabo sus estudios iniciales en el Colegio Nacional, prosiguiendo su formación profesional en la Escuela Naval Militar de Buenos Aires. De acuerdo a algunas versiones, Almandos Almonacid no completa sus estudios en esta institución debido a que “[…] renuncia, al producirse un incidente con un superior que tuvo actitudes hirientes con su dignidad.” Sin embargo, Ortiz hace referencia a que logró adquirir “[…] el diploma de Guardia Marina.” En esos años ingresa a la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en donde va a adquirir valiosos conocimientos que influirán decisivamente en su futuro.

La fe inquebrantable en el avance científico, propio de la época de la Argentina del Centenario, parecía ofrecer miles de alternativas para jóvenes visionarios como Almonacid. Entre ellas, hubo una que marcó para siempre su destino: la aeronavegación.
En esos días de festejo por la conmemoración de tan trascendente fecha nacional, arribaron al país varios aviones y pilotos de Italia y Francia. Una tras otra se sucedieron las proezas en el cielo local, deslumbrando a un público no habituado a semejantes riesgos y logros en un ámbito de tantos peligros como el aire. Entre ellas, varias se destacaron por sus increíbles audacias. "Teodoro Fels, el 01/12/1912 y a bordo de un Bleirot, efectuó el primer cruce en avión del Río de la Plata, cubriendo en esa oportunidad una distancia mayor que la cubierta por L. Bleirot cuando cruzó el Canal de la Mancha. Regresó al día siguiente con éxito.
El 06 de enero de 1913, el piloto alemán Lübbe, tripulando un Rumpeler Taube, con motor Argus de 110 CV, estableció el récord mundial de vuelo sobre el agua con pasajeros, llevando como tal a J. Newbery, entre Buenos Aires y Montevideo."Entre el público presente Vicente Almandos Almonacid contemplaba y no dejaba de admirar la lucha del hombre por hacer realidad el viejo sueño de Ícaro. En lo más profundo de su ser, sabía que había decidido cuál sería, tarde o temprano, su futuro; su pasión por desafiar la ciencia del vuelo había, pues, comenzado a forjarse con ese hermoso sueño. "Francia, la tierra donde pudo realizar su verdadero destino.
Con sus conocimientos aprendidos en la Facultad, y movido por su vocación recientemente descubierta, Almonacid emprendió la construcción de un aeroplano de su propia invención. El “aeromóvil”, tal como lo denominó su autor, probó su eficacia en El Palomar, aunque su desarrollo posterior no alcanzó a realizarse, ya que según José Tomás Oneto se consideraba “[…] dudosa su industrialización en el país.”

Ante la imposibilidad de seguir desarrollando su proyecto aeronáutico, emprendió un viaje hacia París, la única ciudad en el mundo que le podría brindar una posibilidad de concretar sus sueños de volar. "[…] la meta para Vicente Almandos Almonacid estaba del otro lado del mar. Desde Europa, París deslumbraba al mundo con la exquisitez de su arte y la evolución de la ciencia. Como consecuencia, allá se habían concentrado todas las posibilidades, todos los adelantos técnicos de la aeronáutica. Francia podía enorgullecerse de poseer la primera Escuela de Aviación del mundo." Vicente Almandos Almonacid llegó, finalmente, hacia esa tan ansiada capital del mundo que era la París de la belle époque pocos meses antes de finalizar el año de 1913.
Sus deseos de perfeccionamiento lo llevaron a frecuentar a importantes figuras científicas y profesionales de la época, entre ellas el ingeniero Alejandro Gustavo Eiffel, con quien tuvo la fortuna de intercambiar “[…] opiniones acerca de la aerodinámica, la estabilidad automática de los aviones, y sobre su “aeromóvil”.
Sin embargo, había algo muy dentro de este inquieto argentino que no lo llevaba a conformarse con sólo aprendizajes técnicos: su más ansiado anhelo era el de formarse como piloto, y para ello estaba en el lugar y el momento adecuado.
Al poco tiempo se dirigió al aeródromo de Farman, situado en las cercanías de Versalles, donde tuvo su primera experiencia como piloto, en un hecho que no nos deja, aún hoy, de sorprender: Como desconocía el idioma, los profesores franceses que habrían de enseñarle la técnica de vuelo lo confundieron con un avezado piloto sudamericano.
Como consecuencia lo impulsaron a comandar un complejo monomotor que estaba listo para despegar en pista. Almonacid sólo había piloteado los sencillos aparatos de su invención, siendo su especialidad la mecánica. Pero tales argumentos difícilmente serían comprendidos por los franceses, que se quedaron absortos antes las impotentes gesticulaciones del riojano. Con bastante temor se vio instalado frente al incomprensible tablero de comando del aparato y guiado por su intuición logró despegar. Ya en el aire, necesariamente tuvo que ir probando el desconocido instrumental de vuelo, lo que provocaba en el aparato arriesgadas maniobras.
Los franceses, que contemplaban asombrados los giros y contragiros y las veloces picadas del avión, creyeron que el piloto estaba haciendo una exhibición de acrobacia aérea. Finalmente, logró aterrizar. Para su confusión, los espectadores lo recibieron con un cerrado aplauso. Luego de tan increíble debut, y una vez que fue superando progresivamente las dificultades idiomáticas, Almonacid pudo superar exitosamente su primera sesión de 1914, razón por la cual el Aero Club de Francia le otorgó su brevet, es decir, su certificado como piloto oficialmente reconocido por el gobierno francés.

Vientos de guerra marcan radicalmente su destino
A principios de agosto de 1914, la fatídica sombra de la guerra se cernía sobre el panorama europeo. Francia, que entraba de lleno a la misma como aliada de los británicos, tenía un viejo y odiado enemigo de gran estatura que enfrentar: Alemania.
El piloto argentino, en gratitud y admiración de la tierra que lo cobijaba, no dudó un instante en ofrecer sus servicios. Considerando amenazada la libertad de Francia, Almonacid se enrola en la Legión Extranjera el 10 de agosto, eligiendo la aviación. Dos días más tarde ingresa como piloto y el 12 de septiembre obtiene el brevet militar, siendo destinado a la escuadrilla 35 estacionada en Poperinhe (Bélgica) a disposición del 32 Cuerpo de Ejército. Incorporado como piloto de la recientemente creada fuerza aérea francesa, se le encargó la realización de vuelos de vigilancia sobre el cielo parisino.
Si bien llevaba a cabo su misión con toda celeridad, su deseo de participar más activamente en el combate frente a frente con el enemigo lo llevó a solicitar su traslado a una unidad del frente, donde pudiera alimentar mucho más su espíritu de aventura con más acción y riesgos que afrontar. "Entré de soldado aviador y fui incorporado a una escuadrilla que operaba en el campo atrincherado de París. ¡Poco peligro, che! Estar de guardia constantemente para impedir que los Taubes volasen sobre París, y entonces empezamos a hacer vuelos de noche sobre la gran urbe. ¡Muy emocionante, che, y no exento de peligros! Pero así y todo no era esto lo que yo buscaba. Pedí que me enviasen al frente de batalla y conseguí que me agregasen a la 27 escuadrilla a la que ahora pertenezco. Nuestra misión tiene por objeto, dada nuestra proximidad de la frontera alemana, volar sobre territorio enemigo para bombardear estaciones y fábricas de municiones." Desde un primer momento, el piloto riojano fue reconocido por las audaces empresas que llevaba a cabo, demostrando siempre una increíble capacidad para afrontar los desafíos propuestos gracias a una personalidad que desbordaba de coraje y entrega total por la causa de su lucha.
La experiencia de los vuelos nocturnos en París, sumado a su propio ingenio, le llevaron además a proponer una novedosa estrategia de ataque sobre las posiciones germanas: la realización de vuelos nocturnos sobre territorio alemán, a fin de sorprender a las fuerzas enemigas y evitar que las mismas pudieran localizar los aviones en tan difíciles condiciones visuales. Al preguntársele cuál había sido el vuelo más emocionante que había vivido, Almonacid rápidamente contestó con uno de estas arriesgadas misiones nocturnas: "Pues hace poco no más. Recibí la orden de bombardear una fábrica de gases asfixiantes a unos ciento cincuenta kilómetros de la frontera. Salí a las cuatro de la mañana.

Todavía hacía noche y puse un par de horas en hacer el viaje de ida, pues soplaba un viento norte bastante fuerte. Salvo la dificultad que me oponía el viento, no tuve ningún contratiempo a la ida. Recién salía el sol cuando empecé a bombardear la fábrica que me habían designado. La séptima bomba causaba el efecto deseado, Casi [sic] se me vuelca el aparato, tan formidable fue la explosión. Bajé planeando para ver si había quedado aún algo por hacer y cuando estaba a poca altura pude observar que varios aeroplanos tomaban vuelo dispuestos a lanzarse en mi persecución. Sin perder un minuto empecé a tomar altura en vuelos en espiral, pues además por allá abajo las ametralladoras empezaban a funcionar. Cuando me encontré a unos mil quinientos metros me di cuenta que me encontraba rodeado de siete aviatiks que se proponían cortarme la retirada. Descendí de nuevo y puse el motor a toda velocidad, tomando ventaja sobre los aparatos alemanes. Cuando ya casi me encontraba en territorio francés, mi corazón latía con menos fuerza, pues me sentí ya casi seguro de mi salvación. Por medio de una hábil maniobra logré atraerlos hacia la zona dominada por la artillería francesa, la cual comenzó un fuego incesante contra mis perseguidores, logrando descender dos de ellos y obligando a los otros a huir. Créame que cuando aterricé largué un respiro muy fuerte, pues aquel día sentí un poquito de miedo, pues vi la muerte muy cerca. Excuso de decirle que mi aparato estaba acribillado de balas. Esta acción me valió que me citasen en el Orden del Día y pocos días después recibía la medalla militar o sea la más alta recompensa." Tal como se puede comprobar en las últimas palabras de Almonacid, las autoridades francesas reconocían de inmediato el valor, la audacia y la efectividad de las difíciles misiones que llevaba a cabo el piloto argentino. Al finalizar la contienda bélica, había recibido las más altas condecoraciones que podía aspirar un militar en servicio, entre ellas nada menos que la Insignia de la Legión de Honor.

Almonacid, luciendo las medallas ganadas como piloto de la fuerza aérea francesa.

Pero el reconocimiento a la labor del protagonista de esta historia no estaba sólo vinculado a sus habilidades en el aire; como técnico de aeronáutica, y en base a su experiencia como piloto, diseñó e implementó en los aviones galos una serie de artefactos bélicos que contribuyeron a darle más efectividad a las acciones llevadas a cabo por éstos contra posiciones del enemigo. "Almonacid se queda un momento pensativo e instintivamente acaricia la cruz de cobre con la que se premia a los héroes. En la cinta de la cruz lleva dos palmas, dos citaciones en la Orden del Día. Después se levanta y nos muestra unos aparatos de su invención. Uno es un lanzabombas, de un mecanismo sencillísimo, y otro un viseur para el mismo lanzabombas. Nos explica el funcionamiento con una amabilidad extrema y con la misma modestia con que nos hizo sus emocionantes relatos."



Almonacid según una caricatura publicada en la revista Caras y Caretas, 1916

















El ansiado regreso a su tierra
Pese a todos los logros obtenidos y una vida asegurada en territorio galo, “El Rastreador de Estrellas” (como se lo conocía entonces) soñaba con volver a su patria. El fin de la guerra ya no le deparaba desafíos que enfrentar en Francia, y con todo el bagaje de conocimientos y experiencias conseguidas en esos cuatro años de intensa vida creía, esta vez, que había llegado el momento del regreso. 

Finalmente, en 1919 atravesó el Océano Atlántico escoltado por una escuadrilla de aviones franceses como jefe de división de la Misión Aeronáutica Francesa, arribando al país el seis de septiembre de dicho año. Un comité de recepción, integrado entre otros por personalidades de la talla de Joaquín V. González, Enrique Loncán y Belisario Roldán, entre otros, preparó un recibimiento acorde a la figura del aviador riojano. Su comprovinciano González pronunció un emotivo discurso de bienvenida, donde lo llamó el “Centinela de los Andes”; posteriormente, “El pueblo de Buenos Aires le tributa una calurosa bienvenida a lo largo de la Avenida de Mayo, que él acepta con la modestia y la nobleza que habría de caracterizar su vida.”


La llegada de Almonacid a Retiro, es llevado en andas por la multitud. Año 1919.








Revista El Gráfico, septiembre de 1919. Almonacid en la tapa de la revista deportiva más reconocida de nuestro país.















Al poco tiempo conoció a Lola Güiraldes –hermana del autor de “Don Segundo Sombra”-, con quien entabló una relación profunda relación amorosa. Contrajeron matrimonio en 1920, y por invitación de González pasaron su “luna de miel” en la casona de Samay Huasi, próxima a Chilecito.



El casamiento de Almonacid con Dolores Guiraldes en 1920 combinó “la popularidad del novio” con la “posición social” de la novia, generando un hecho de relevancia en la sociedad porteña. Tuvieron cuatro hijos y se separaron en 1932. 









Sin embargo, la vida más tranquila de Almonacid no había hecho mella en su espíritu aventurero. Envuelto en un sediento deseo de afrontar nuevos desafíos, y teniendo presente el apelativo de “Centinela de los Andes” que González le había tributado, el inquieto riojano descubrió pronto su nueva misión. Buscando legarle a su patria una acción digna de ser recordada a través del tiempo, decidió emprender el cruce de la Cordillera de los Andes, pero destacándose de sus antecesores en el hecho de que la travesía se realizaría de noche. Al conocerse el propósito de la nueva empresa del ilustre riojano, muchos de sus comprovincianos emprendieron la tarea de recolectar los fondos para comparar el avión que pudiera hacer realidad su sueño. El gobierno francés, al notificarse del anhelo de Almonacid, decidió obsequiar el aparato para la concreción del viaje, sosteniendo que "los aviones franceses no se venden para el capitán Almonacid, se le regalan.”

De esta manera, y con todo finalmente listo, había llegado la hora de arriesgar nuevamente su vida en pos de un ideal. "Una noche de mayo de 1920 despega desde Mendoza y, guiado únicamente por el instrumental de vuelo, pone rumbo hacia las cumbres de Los Andes. No sólo habría de ser un cóndor en su vida, sino también un cóndor imposible que remonta la inmensidad en la mitad de la noche. Sobre las alternativas de la aventura poco se sabe. Su protagonista de siempre fue reacio a relatar sus hazañas. Sólo ha trascendido que al concretar su aterrizaje en una playa cercana a Valparaíso, en plena oscuridad, el aparato se detuvo en su carreteo. La suerte sigue siendo una compañera inseparable del capitán."




La Aeroposta Argentina
En diciembre de 1918, la línea de aeronavegación comercial fundada pocos meses antes por Pierre Latecoére lograba concretar su primer servicio de transporte entre Toulouse y Barcelona. El gran suceso de la primera empresa aerocomercial del mundo hizo que la misma extendiera pronto sus servicios entre el país galo y otros puntos de la geografía española, llegando incluso a unir los cielos europeos con otras ciudades del norte africano. A pesar del enorme peligro de surcar los países africanos, los intrépidos pilotos de la línea francesa hicieron posible que la misma pudiera conectar, hacia 1925, París con Dakar. Pese al notable logro obtenido por Latecoére, éste tenía un sueño aún mucho mayor por hacer realidad: extender la cobertura de sus servicios hasta América del Sur. Para ello, no dudó en solicitar el asesoramiento de alguien que seguía siendo todo un héroe para los franceses, como lo era Vicente Almandos Almonacid. Éste, sabiendo de la importancia de fomentar este nuevo y más eficaz medio de comunicación, obtuvo del gobierno argentino la concesión para la Compañía General Aeropostal del transporte del “[…] 25% de la carga postal entre Buenos Aires y Europa.”
La relación entre la Aeropostal francesa y Almonacid se fue profundizando aún más, debido a la intención que tenían los franceses de ampliar sus servicios dentro del territorio argentino. El capitán riojano consintió en la idea, pero poniendo como condición que la nueva empresa a crearse como filial de la europea fuese integrada en su mayor parte por ciudadanos de su país. Según testimonios de su sobrina María Emma Castro Almonacid, en defensa de los intereses comerciales franceses se le habría sugerido adoptar la ciudadanía de esa nación, respondiendo Almonacid con una negativa terminante. El 5 de septiembre de 1927 queda constituida, como resultante de las negociaciones, Aeropostal SA., en cuya acta de fundación se designa a Vicente Almandos Almonacid como fundador y se le otorga el cargo de director, gerente y técnico.


Estampilla conmemorativa realizada por el Correo Argentino en la cual se observa a Almonacid junto a los pilotos franceses Jean Mermoz y Henri Guillaumet, todos de la Aeroposta.














Sólo recién el 13 de enero de 1929 la Aeroposta Argentina S.A. pudo iniciar sus operaciones de aeronavegación comercial, uniendo en sus primeros vuelos Buenos Aires con Asunción. Teniendo en cuenta la falta de pilotos locales lo suficientemente preparados para manejar las flamantes unidades adquiridas por la compañía,  Almonacid contrató los servicios de los más experimentados aviadores franceses, entre ellos figuras tan notables como Antoine de Saint-Exupery, Jean Mermoz y Henri Gillaumet. La vital importancia que pronto cobró la Aeroposta Argentina como medio rápido y efectivo de comunicación entre distintos y alejados puntos de nuestro país hizo que al entrar la empresa en crisis durante los difíciles años treinta, ésta fuese auxiliada por el Estado nacional. "Era por entonces la Patagonia, con su naciente productividad petrolífera, la zona del país que más necesitaba un transporte rápido que la uniera con la capital. Como consecuencia, Aeropostal inicia sus vuelos pioneros hacia la zona austral, uniendo en 1930 Buenos Aires con Río Gallegos, con escalas en San Martín y Puerto Deseado. Por otra parte, el año anterior se había iniciado el servicio entre Santiago de Chile y la capital argentina, con escala en Mendoza. La empresa sufrió deterioros económicos durante 1931, lo que obligó a cancelar los vuelos a Asunción y Santiago de Chile, manteniendo el servicio a la Patagonia. Finalmente el gobierno argentino, conciente de la importancia del transporte aéreo, por medio de la Dirección de Aeronáutica Civil, toma a su cargo la explotación de los vuelos a la Patagonia, creando Aeropostal Argentina, antecesora directa de AEROLÍNEAS ARGENTINAS."

Almonacid, primero desde la izquierda, en uno de los tantos vuelos de la Aeroposta. El primero a la derecha es Antoine de Saint Exupéry, uno de los pilotos contratados por Almonacid, que se haría famoso como autor del libro “El Principito”.





Las últimas aventuras del “Cóndor Riojano”
Un hecho inesperado volvería a estremecer los ánimos de Almonacid: el conflicto entre Paraguay y Bolivia volvía a traer vientos de guerra sobre el continente y, como no podía esperarse otra cosa del riojano, éste pronto se comprometió a dar sus servicios al gobierno guaraní, con el que mantenía una estrecha relación en esos años. Fue así que en 1932 ofreció sus servicios para organizar la fuerza aérea de ese país, llegando inclusive a juntar fondos para la adquisición de aviones a partir de la venta de objetos particulares de un altísimo valor simbólico y material.  Al término de la contienda, en la que Paraguay logra recuperar el territorio en disputa.
Vicente Almandos Almonacid es distinguido como “Mayor Honoris Causa” y comendador de la Orden Nacional del Mérito, siendo de esta manera otro de los argentinos, como fue el caso del Dr. Esteban Laureano Maradona, cuya actividad en ese vecino país durante la guerra fue reconocida con los más altos honores y distinciones. Tiempo después otro tiempo de guerra volvería a sorprenderlo, y nuevamente estando en Francia. El nazismo avanzaba a pasos agigantados sobre el suelo galo, y en esa invasión había muy pocas contemplaciones con edificaciones y poblados que se hallaran a su paso. Almonacid, que por entonces era cónsul argentino en Boulogne-Sur-Mer durante la arremetida germana de 1940, se las ingenió para proteger la histórica casa donde vivió sus últimos años el Gral. José de San Martín, utilizando para ello todo su prestigio y demostrando una gran capacidad de acción diplomática. Esta sería, finalmente, la última batalla de su vida, ya que concluida la guerra regresó al país y se entregó de lleno a disfrutar de su familia.
Radicado en Buenos Aires, vivió rodeado del afecto de sus seres queridos hasta el 16 de noviembre de 1953, cuando la enfermedad que le aquejaba pudo hacer lo que mil bombas y proyectiles nunca habían logrado concretar: acabar con la existencia física del legendario “Cóndor Riojano”.

Una vida de película
La valentía demostrada por los bravos y arrojados pilotos de la Fuerza Aérea Argentina durante el conflicto armado con Gran Bretaña por la soberanía de las Islas Malvinas e islas del Atlántico Sur merecieron, por parte de propios y extraños, el reconocimiento por la capacidad y el valor demostrado en condiciones de lucha por demás difíciles. Si se quiere, se podría decir que quienes se arrojaban a la acción frente a los poderosos navíos de una de las mayores potencias mundiales eran los descendientes de una tradición que había empezado un intrépido riojano en las fuerzas francesas durante la Primera Guerra Mundial; sin saberlo, por supuesto, Vicente Almandos Almonacid daba inicio en 1914 a una tradición de grandes pilotos que la fuerza aérea militar, pública y privada de este país ha dado a lo largo de casi un siglo de existencia, la cual ha cosechado y sigue haciéndolo grandes muestras de reconocimiento por sus pares a nivel internacional.




En cuanto a Almonacid, el paso del tiempo fue jugándole una mala pasada, pues salvo contadas acciones  su legado se fue perdiendo progresivamente con el transcurrir de las últimas décadas, hasta el punto de que hoy gran parte de sus compatriotas desconoce lo que fue una vida que, para muchos de quienes algo saben de ella, no dudan en calificarla como “de película”. En la misma, de seguro, podría ir la siguiente escena, la cual transcribimos a continuación como nuestro sencillo recordatorio a la figura del gran riojano. "En una de las limitadas licencias que en función de descanso y sosiego le había concedido el alto mando francés, y estando en París bajo la frígida temperatura de fines de enero de 1918,
Almandos Almonacid, luego de reequiparse de ropa (uniforme, capota y quepas flamantes) reunióse con un grupo de argentinos en un salón de té. Su inmaculado atuendo motivó en seguida cierta repulsa por parte de un coro de contertulio que llenaban el mencionado salón, vinculándolo (esto ocurría con frecuencia en Francia) con uno de los tantos rezagados que solían estacionarse en la retaguardia eludiendo el combate. Pullas, indirectas y alusiones despectivas menudearon entonces y su esperada reacción inquietaba a sus amigos, pero aquel, sin inmutarse, les dijo: “Déjenlos, a mí no me molestan”. Como las burlas acrecían y sus amigos comenzaban ya a incomodarse ante su pasividad, éste abandonó de pronto su asiento. Dirigiéndose hacia un perchero colgó allí el capote, del cual no se había desprendido aún. De regreso a su sitio, ese público, adverso y confundido, pudo observar que de su pecho colgaba una constelación de honrosos atributos ganados en acciones de guerra. El estupor fue unánime y las excusas tradujéronse en estruendosos aplausos y vítores. La totalidad de la concurrencia se unió en un jubiloso agasajo que Almandos Almonacid recibió durante toda una tarde."

Curiosidades
En diciembre de 1932 se estrenó el film “En el Infierno del Chaco”, documental en blanco y negro de 55 minutos de duración sobre la guerra del Chaco. Dirigida por Roque Fuentes, Almonacid participó del mismo interpretándose a sí mismo.
Tres tangos fueron escritos en memoria de Almonacid: una milonga para piano de Agesilao Ferrazzano titulado “Almonacid”, el tango “Vuelo Nocturno”, de Domingo Salerno y, sin dudas el más curioso, el escrito en 1908 por la profesora de piano Ozélah de Smithe –durante el paso de Almonacid por Bahía Blanca—titulado “No seas… riojano, ché”.
Apasionado por la poesía, en 1934 publicó el libro de poemas Estrofas, editado por Jacobo Peuser. Pese a que muchos aseguran que el nombre de Almonacid está escrito en el arco de Triunfo de París, en reconocimiento a su desempeño en la Primera Guerra Mundial, ese hecho no pudo ser verificado. En esa obra está grabado el nombre Almonacid pero en referencia a una de las batallas libradas por el ejército alemán.
Desde 1994, el helipuerto presidencial ubicado en la avenida Huergo y De La Rábida de la Capital Federal lleva el nombre de Vicente Almandos Almonacid. También lleva ese nombre, desde 1972, el aeropuerto de La Rioja.


Tango "Almonacid", uno de los varios compuestos en su memoria.















FUENTE: 
Texto: José Antonio Casas: Vicente Almandos Almonacid - 1882 -- 1953 - El legendario "Cóndor Riojano" Blog Historias de la Aviación
Fotos: Blog Tributo a Loizaga , Wikipedia.Org, Sitio Web Obras y Protagonistas

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